“En Comala comprendí
que al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver.”
Joaquín Sabina
Una tarde de julio hace
casi trece años con mis manos entre los barrotes me asomé y vi que
estaba todo vacío. Era domingo, mi familia me acompañó a explorar
planteles. Antes, recorrí Milpa Alta y Topilejo, quería una escuela
en el campo, cerca de la comunidad, con estudiantes campesinos. Pero,
no se pudo. Ni modo, escogí Tláhuac.
Ahora sé que no me
equivoqué. No encontré estudiantes campesinos, eran otros
estudiantes, muy de Tláhuac, de barrio pobre y comunidad en
destrucción.
Hace años un estudiante
nos invitó a varios profes a su casa, para una comida preparada por
su Mamá para recibir a sus maestros que irían como jurado a
presenciar un torneo de oratoria. Su casa era literalmente un
basurero, el basurero de la manzana o cuadra. Ahí, entre ladrillos
rotos, perros famélicos, latas, cartón y vidrios rotos, me llegó
la conciencia, la conciencia de verdad. Era maestro de alumnos llenos
de pobreza y sin más esperanza que la escuela. En esa ocasión, el
anfitrión fue Juan, Juan el poeta, Juan el RVD, que un día llegó a
mi cubo con un montón de papeles y me dijo, ten ahí están mis
poemas, -dice Medrano- que me escribas un prólogo. Aún conservo las
poesías de Juan, de Juan el poeta.
Apenas en el último
invierno, una estudiante que recién egresó con un Problema Eje,
denominado, ni más ni menos: “Actos de genocidio en Guatemala,
durante la revolución de 1960 a 1996”, escribió en su página de
face: “(…) Me encuentro bien entre los marginados por que soy una
de ellos.” Ella, se llama Mary y ayer me regalo un cuadernillo de
madera con un grabado de una zapatista empaliacatada de rojo, “…para
que no me olvide y no deje de darme la vuelta por su escuela…”
Podría seguir, pero mejor no, porque todavía no es hora de decir,
lo que tengo que decir. Entonces, sigo con mi cuento.
Llegó agosto del 2002 y
crucé aquellos barrotes de la primera vez. En mi morral traía una
serigrafía en negro mate con fondo azul que hacía poco imprimí con
mis otros alumnos, los del norte, los que tardan casi dos horas para
llegar a clase de siete sin retraso. Era una reproducción de
Picasso: “El prisionero”. Ayer la tiré. Ya no la necesito.
Aprendí que los barrotes que tomé con mis manos alguna vez para
asomarme a ver que había en la escuela, eran los que salvaguardan a
los que adentro están, de lo que afuera ocurre.
Aquel día, mi primero en
la escuela, fue como el de hoy despues de las 8 de la noche. No había
nadie. Me aproveché y recorrí cada rincón de la escuela, sus
aulas, pasillos y cubos. Los jardines, el patio, las canchas. El ala
que mira al Pico del Águila y la otra, la del Popocateptl y el Izta.
Me gustó y me dije, aquí, en estos ventanales, puedo ver a los
guardianes. Eso me agrada y me quede hasta hoy, que los despedí con
una reverencia de aquellas que hacen los bailarines primeros en el
ballet al terminar una función memorable.
Desde entonces, encontré
aquí lo que había perdido: el aliento para empezar otra vez a
recomponer las alas rotas. Pasaron los días y los años, me encantó
cruzarme por la vida con tanto artesano, relojero, maestro de obra,
ebanista, pintor de brocha gorda y aerosol, cuenta cuentos,
malabaristas, magos, picapedreros, aprendices, artilleros, curas,
tejedores de sueños, brujas encantadoras, alquimistas, exploradores
de estrellas, domadores de leones, arquitectos de babel y otros más
que apenas recuerdo.
Valió la pena. Si
pudiera, lo volvería a hacer, tal vez con un poco más de la ternura
que no tuve para imaginar la vida bella y ligera para los más.
Agradezco a todos y
todas, su ejemplo, dedicación y compromiso con todo y con todos. En
la semana, una querida compañera escribió unas palabras que me
cimbraron, dijo: “Primera despedida de ‘nuestro’ (…) Él se
va (…) siempre será de T…”. Me tocó el alma, porque para mí,
cuando digo “nuestro”, es para decir: comunidad, colectivo. Es el
todos y todas. Es el plural que tanto escandalizó a quienes no
conocen lo que ustedes saben. Pero, ahora que puedo decir lo que
tengo que decir, les pido que miren a su alrededor, que busquen una
luna en la laguna, un trueno en su relámpago, una espejo
desempolvado y soplen, soplen fuerte y verán como ahí están
ustedes, todos, amurallados con las letras de ‘lo nuestro’, lo
verdaderamente nuestro, lo de todos.
Gracias, Silvia por las
palabras tan bellas e inmerecidas que me dices. Gracias Alfredo, por
tus publicaciones que me honran. Gracias Gaby, ya dije porque.
Gracias Shirley por tu amor a los chavos. Gracias Hectores. Gracias
Mónica. Gracias Jose Luises, Gracias Laura, Gracias Ubaldo. Gracias
Adrianes. Gracias Raulito. Gracias Martha. Gracias Ricardo. Gracias
Mauricio. Gracias Edgar. Gracias Lalo. Gracias Florentino. Gracias
Manuel. Gracias Alfredo. Gracias Lupita. Gracias Ivanes. Gracias
Fernando. Gracias Lulú. Gracias Yara. Gracias Juan Pedro. Gracias.
Lydia. Gracias Luis E. Gracias Octavio. Gracias Elizabeth. Gracias
Normas. Gracias Rocío. Gracias Nora. Gracias Israel. Gracias
Maribel. Gracias Dalia. Gracias Luciano. Gracias Mary. Gracias
Idalia. Gracias Leonor. Gracias Sebastián. Gracias los que faltan.
Gracias camarada Analía,
Gracias camarada Arturo, Gracias camarada Gerardo. Gracias camarada
Alfredo. Gracias camarada Ricardo. Gracias camarada Ángel.
0 comentarios:
Publicar un comentario